sábado, 25 de abril de 2020

Relato: tan solo en su mente


Mis padres me dijeron que no fuera a esa sesión, pero no les hice caso. Y allí estaba, en la salita de espera de la bruja Pura, una vidente del barrio que supuestamente había ayudado a muchos de mis vecinos a encauzar sus vidas. Yo había sido toda mi existencia una escéptica en estos asuntos, aunque siempre me quedó la duda: ¿Qué pasaría si iba a la consulta de la tarotista?

El aspecto de la casa de Pura era humilde. En cada estancia había tan pocos muebles que parecía de todo menos un hogar. Sin embargo, las paredes estaban forradas de cuadros con fotos, repletos de extraños motivos esotéricos y de pósteres con vírgenes o santos.

Cuando llegué a la habitación donde se llevaba a cabo la tirada de cartas, la vidente me indicó dónde sentarme y comenzó a barajar sus naipes mirándome fijamente a la cara. Las manos me sudaban y no paraba de eludir los ojos de la bruja intentando escabullirme de su inquisitiva mirada con tímidos movimientos de reojo hacia la ventana.

Tuve que escapar de allí sin que me explicase todo mi futuro porque a mitad de sesión me soltó que un espíritu estaba siguiéndome a todas horas. Lo tenía adosado a mi lado, que me estaba mirando en ese preciso momento y que no me dejaba estar sola bajo ningún concepto. Me contó que no me abandonaría jamás. Estaba tan aterrorizada que salí de allí a todo gas, sin rumbo fijo.

Por las tardes iba normalmente a la estación de autobuses con las amigas, así que dirigí mis pasos hacia allí para ver si alguna de ellas estuviera por los alrededores. No vi a nadie, así es que -como estaba sudando por la carrera- pensé en lavarme la cara en los baños de la estación.

Pasé delante de la garita del guarda de seguridad, quien estaba pegado al monitor desde el que vigilaba a toda persona que entraba por la puerta principal. Miré a la pantalla y me percaté de que al pasar por delante de las cámaras, otra persona iba andando a mi lado, pero al girar la cabeza allí no había nadie.

Estaba viviendo una situación de lo más inverosímil; en apenas unos minutos, se convirtió en un carrusel de sensaciones que iban desde la más absoluta sorpresa hasta el mayor de los desconciertos, donde todo se escapaba de la lógica.

Al fin pude llegar al baño para quitarme de encima el sofoco que llevaba. Lavé mi rostro con agua a borbotones para despejarme. Al subir la cabeza para mirarme en el espejo, vi a mi derecha a otra persona que, en realidad, resulté ser yo misma. Detrás de mí aparecieron otras personas que conocía. En otro tiempo fueron familiares y amigos, pero ya habían dejado este mundo y me avisaban sobre mi nueva situación.

A veces los muertos no podemos darnos cuenta de que la vida ya no nos pertenece.

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